Entre mares y personajes: La historia de 4 cambamberos en Taganga

Eran las 5 de la mañana, todos estábamos borrachos y somnolientos, pero el ultimo recuerdo que tengo era yo misma diciéndoles: Ojo no vamos a ir a Taganga mañana, como no vayamos no les vuelvo a hablar mas nunca. Después caí privada hasta el día siguiente. Me levante, mire mi puerta abierta y yo sin sabanas, ni me había percatado de la salida de mis amigos de casa. Eran las 11 de la mañana y entonces le escribí a Jennifer, y le pregunte: ¿Taganga?

Ella contesto: Si, yo quiero ir, pero falta ver si quien mas quiere. A pesar de que había sido un intercambio de palabras entre personas ebrias, yo si quería ir, asi que me puse en la tarea de armar un pequeño grupo en Whatsapp y gracias a Dios, todos dijeron que si.

Llegaron las 4 y 30 de la tarde y la primera en llegar a la casa fue Evany, recuerdo que yo estaba en la ventana con la cámara fotografiando el sol que iluminaba el jardín de casa, y de repente ella entro en el cuadro para avisar que llegaba. Apenas entro, empezamos a compartir la emoción de la aventura que se avecinaba, mientras Andrés y Jennifer llegaban. A eso de las 5 y 35 de la tarde, estabamos todo listos. Me apresure a llamar a Expreso Brasilia y a Berlinas. Nos fuimos entonces en el sobusa kra 54 para el Boulevard de Simón Bolívar, Berlinas costaba 20 mientras que Brasilia 12. No pudimos negarnos frente a semejante diferencia. Al fin y al cabo ir en el sobusa atravesando lugares poco concurridos por nosotros, también nos estaba contando otra historia interesante. Picos a todo timbal, salseros en las esquinas, billares que nunca faltan y un cielo morado de ensueño, nos acompañaban de camino al Boulevard.

Nos embarcamos al bus y a la hora ya estabamos en la samaria, buscando entonces la forma de llegar a Taganga. Parecía mentira, parecía que nos habiamos tele transportado. Todo estaba pasando tan rápido que casi ni teniamos tiempo de analizarlo. La montaña en forma de espiral nos abrazaba con su brisa y el vallenato del taxi que sonaba, era también el recuerdo de Martín Elias, mi piel se erizaba con solo saber que era la canción que le había hecho a su esposa.

Mientras la canción acababa, miraba al lado de mi ventana, todo estaba lleno de luces que me avisaban que pronto llegaríamos a nuestro tan aclamado destino. Llegamos a eso de las 9 de la noche. Todo muy tranquilo, cantantes en la playa, extranjeros por doquier, Andrés que empezaba a descubrirlo todo por primera vez y nosotras tres en silencio admirando aquel recorrer.

Llegamos a la tienda y mientras nuestra caja de vino chileno se enfriaba, un italiano decidió acompañarnos en silencio, en silencio porque era como si hiciera parte del grupo aunque no mencionaba ni una palabra. Entonces Jennifer y yo decidimos hablarle, ser amigables. Su nombre era Giovanni, de Roma, estaba viajando por Latinoamérica y estaba en Taganga para trabajar como buzo. Levaba 6 días allí y aun no tenia amigos, hasta encontrarse con nosotros.

Pasadas las 12 y ya un poco ‘prendidos’ con el vino caliente que nunca enfrió, decidimos buscar una fiesta, y que mejor fiesta en Taganga que la fiesta del mirador. Ubicado justo al lado de la playa, a la altura perfecta para observar todo el panorama, las luces de noche, la playa, los caminantes, y las pequeñas casas y bares que adornan los alrededores de uno de los destinos mas turísticos de Colombia.

Para nuestra no fortuna, nos encontramos con un mirador casi vació, la verdad no se porque pensábamos que por ser lunes festivo iba a ver la super rumba, sin embargo, a partir de ese momento empezamos a vivir lo que seria una de las noches mas locas, peculiares e interesantes que alguien pueda experimentar si piensa en Taganga. Jennifer y yo nos quedamos en el mirador, mientras que Andres y Evany decidieron acompañar a Giovanni en búsqueda de marihuana a su hostal.

Cuando llegaron parecía que había pasado una eternidad, entonces nos contaron que en el camino, solos y a oscuras un gato negro se les cruzaba a cada rato, como diciendo ‘por aquí no’, ellos aun así, siguieron su recorrido, era solo un gato, quizá solo quería jugar un rato. Para su gran sorpresa, el gato desapareció y aparecieron entonces dos hombres, uno de ellos con un puñal, el cual les amenazo si no le daban algo a cambio. Entonces comprendieron que el gato como obra mística del universo les estaba dando un mensaje, y no simplemente quería jugar. Lección aprendida.

Nos apresuramos a dejar nuestra fiesta fallida, resulta que Andrés supuestamente había ido al baño y se nos perdió. Les dije que estaba segura que ya estaba en la playa, así que bajamos y lo encontramos hablando con Freddy, un wayuú que lleva mitad de su vida viviendo en Taganga, que sabe hablar papiamento, la lengua que se habla en Aruba, y que tiene el nombre de su hijo tatuado en el pecho ‘Deiner’ -un hijo que conoció cuando un año despues de nacido, que lo había rechazado y le había enseñado lo que era el verdadero amor-. Al lado de el sentado en el árbol estaba ‘Número 9’ ese si samario, ennoviado con una holandesa con la que afirmaba verse cada 8 meses, que le había dejado su casa para que conviviera con los padres de ella en Taganga. Freddy y número 9 parecían personajes sacados Dios sabrá de donde. Nos hablaron de las energías de las personas, de el efecto de la droga que en ese momento tenían en su cuerpo, de los ‘fucking israelitas’ que han colonizado Taganga, de su manada de perros entre los cuales se encontraba King el perro fiel y Bareto, de sus negocios con la policía para armar los famosos after party con los extranjeros, que además de clientes se convierten en sus amigos.

Pero la noche no acababa con ellos, cuando ese par decidieron irse a dormir, y nosotros nos cambiamos de asiento en la playa, nos llegó entonces Jaimito o como luego cambio el mismo su nombre: El señor Luis. Era un hombre de aproximadamente unos 65 años, delgado, alto, con un cintillo que cargaba los colores de la bandera de Colombia, un radio pegado a su oído izquierdo y un bolso de tela cruzado sobre su pecho. Jaimito se sentó con nosotros y a medida que cambiaba la estación de radio nos contaba un capitulo sobre nuestro maravilloso país Colombia. Nos contó historias sobre indígenas -yo no podía creerlo, porque hasta para mi tésis me servia la información-, sobre Uribe y su resentimiento con Santos, sobre el encanto que le produce la salsa, sobre una Colombia dividida por un símbolo de OM, porque somos el país de la paz y el amor.

Al mismo tiempo que con tanta pasión nos contaba las historias, disfrutaba como si fuera la ultima noche que escucharía cada canción. Por su cara casi que salían lagrimas de la emoción a escuchar al Joe Arroyo y también a Mozart. Su humor sarcástico jugaba desde los peores problemas de Colombia hasta los triunfos mas grandes, como el nobel de literatura que recibió nuestro adorado y recordado Gabriel García Marquez.

Todos estábamos anonadados, no entendíamos lo que pasaba, casi se nos cerraban los ojos, en el cielo aun se podían admirar las estrellas, Jaimito además hablaba 5 idiomas, y entre esos el italiano, así que aprovecho para practicarlo con Giovanni. ¿Como podía una mente tan brillante estar escondida en Taganga, y en esas condiciones?

De repente sacó unas manillas que tenia de Colombia en su bolso, le puso una a Giovanni e hizo un juramento, de que amaría nuestro país y se llevaría lo mejor entre otras palabras de agradecimiento en italiano. Luego nos miro a todos y decidió entregarme otra a mi, en la que me dijo brevemente que Colombia iba a ser siempre parte de mi.

Se despidió y cuando vimos el reloj ya eran las 5 de la mañana, el amanecer se aproximaba y nuestros cuerpos desgastados reposaban rodeados de Bareto, King y otros amigos perrunos que nunca supimos sus nombres. Entre todos conversábamos sobre lo loco que estaba siendo todo, lo maravilloso que era sumergirse en el momento presente y desconectarse del mundo cotidiano, para de repente encontrarse con semejantes historias.

El cielo se torno de un tono azul claro con morado y rosado. Realmente hermoso. Fue un regalo que nos quedará dentro del corazón para siempre. Lo apreciamos por una hora mas, hasta las 6 de la mañana, y ahí nuestros estómagos empezaron con la sinfonía. Así que buscamos un puesto de jugos, tomamos uno y recuerdo que les dije entre risas, como toda una experta que ya había vivido travesías similares:

Prepárense que ahora viene la peor parte, todo lo que no descansamos en la noche empezará a salir, no vamos ni a querer caminar y cuando lleguen a Barranquilla, la cama sera lo único que querrán encontrar…

Evany y Andrés tenían unas caras de destruidos, y ya empezaban a quedarse dormidos, sentados, de pie, en cualquier posición. Llegamos pues a la terminal de Santa Marta y encontramos un bus a 10 mil de regreso a Barranquilla. ¡Que felicidad!

Ya en Barranquilla, a las 9 de la mañana, íbamos en el taxi diciendo: ¿No les parece que todo lo que vivimos hace unas horas fue una película? y entre risas recordábamos las palabras de aquellos personajes que nos regalaron alegría, sorpresa, miedo y conciencia, mucha conciencia.

Llegamos a mi casa y nos despedimos,

Hasta una nueva próxima aventura, y que ¡gracias!